Bogotá, primero de octubre de 2022
He pensado largas horas sobre cómo iniciar esta página. Y me dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres, y poco pude escribir. Bloqueo del escritor, le dicen; pero no podría yo autonombrarme escritor, cuando sigo siendo aprendiz.

He pasado y repasado una y otra vez sobre tus palabras generosas y, buscando entre mis libros alguna reflexión que pudiera nutrir lo que estoy a punto de escribir, voy a ceder mi voz a un escritor que hace más de un siglo se enfrentó a una situación similar. No podría decir nada mejor que el mismo Rilke, en la primera de sus Cartas a un joven poeta:
Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices.
Creo que ya, entrados un poco más en confianza y echando mano de unas ayudas, puedo intentar acercarme a algo medianamente útil para tu escritura. Entre líneas de canciones y fragmentos de libros intentaré dejarte pistas; como las migas de pan en el cuento de Hansel y Gretel, a riesgo de que se pierdan en el bosque si decides, antes de seguirlas, entrar en la casa de chocolate. Aunque, en realidad, la versión original de ese famoso cuento de los hermanos Grimm no se parezca mucho a la que todos conocemos.

En situaciones como esta en la que estamos ambos, la de enfrentarnos a la página en blanco, la de poner sobre el papel todo aquello que pasa por nuestras respectivas imaginaciones y corazones, pienso que los mejores compañeros son los paisanos latinoamericanos, los que han vivido y viven en realidades similares a las que nosotros mismos vivimos, los que escriben desde las ciudades tercermundistas sobrepobladas, todas esas plumas que han experimentado sentimientos como los que llevamos en el pecho.

Lee con cuidado, querida Omaira, a las mujeres latinoamericanas. Sin duda alguna, la mejor literatura que se escribe en este siglo. Lee a Valeria Luiselli y piérdete en sus ensayos literarios cuando dice que un libro abierto no puede callar ninguna evidencia. En su interior están los vestigios concretos de nuestro paso a través de él, todas nuestras huellas, las sábanas después del amor. Subraya cada lectura, deja tu huella amorosa sobre las palabras que recoges.
Lee a Schweblin y entra sin tocar a la puerta en alguna de sus Siete casas vacías. Lee también a Mónica Ojeda y déjate envolver entre la ficción poética del sincretismo que describen sus cuentos.
Encuentra el insomnio arrugandose detrás de las paredes, que lo único que nos divide es el sentido de lo horrible, entender que el dolor puede ser luminoso y que hay que caminar rápido para escapar de la humedad de las voces.
Hay otros temas de los que quisiera seguir escribiendo, otros que no he alcanzado a responder y que mencionas en tu carta; pero eso será menester de otra madrugada.

Recuerda, con cada palabra que pongas sobre la hoja en blanco, que escribir es —en esencia— un ejercicio de lectura.


Suscrito de tus palabras.

Andrés Duarte