ESCRITORES DE SANTA FE

Estamos desterrados, como lo advirtió Alberti: “Recordarás lo que yo traía: sueños despedazados por implacables ácidos, permanencias en aguas desterradas, en silencios de donde las raíces amargas emergían como palos quemados en el bosque. Arrojados no sé desde dónde, con el débil vislumbrar de la luna, condenados a recorrer paramos, llanuras y arenas. Nuestro sol arrebatado por el filo del metal y el símbolo del madero, obligados olvidamos nuestros idiomas, ellas en el resplandecer hechas esclavas, y en la incertidumbre del oscuro convertidas en máquinas para procrear, brotamos sometidos fruto de dichas “violaciones”.

Ustedes me han puesto a dialogar con Ovidio, Huidobro y los profetas literarios. Me han sumergido en el ejercicio espiritual de hablar con maestras y maestros de la palabra, han desplegado el horizonte de la autenticidad en la fuerza del génesis de todos sus verbos que han logrado consolar la desesperación de esta condena que pretendo afrontar. No pude elegir ni mi nombre, ni ser: hombre, mujer o, al fin, ser persona a mi modo, perseguido por el azote del que dirán, espero que tus vocablos hechos un lienzo sirvan de remedio y, con historias que me lleven al crisol de otros universos, alivien la soledad. Por tanto, clamo que aumenten la dosis de escritura diaria hasta convertirla en adicción. Recuerden, al leerlos se alejaran todas mis patologías.

No sigo las fórmulas, siempre prófugo de la física, la química y la culinaria, amante del postulado: “toda regla debe tener su excepción”. Lo efímero de nuestra existencia se podrá aliviar con el alumbramiento de sus creaciones, que tienen carácter perecedero, dejen que pueda escuchar la voz del agua, permítanme las notas de la profundidad de la madre tierra, hagan el milagro de la sinfonía del viento, permítanme la experiencia cósmica de Neruda y llévenme más allá del estruendo del concreto, muéstrenme otro atardecer a la orilla de un río.

Con Gerard de Nerval ayuden a devorar los sonidos humanos y desplomar su sombra línea a línea. Dejen ver cómo germinan y crecen los árboles, sigan proporcionándome el éxtasis de la felicidad del más extraviado, allí escucharé sus voces hechas aureola artística. Todas las silabas serán copas del mejor vino, que calma la melancolía de todo ser desdichado de reflexión total y, con Baudelaire, déjenme escuchar en el orbe; la voz grave de río.

Héctor Suárez