Apreciada Karen:

Muchas gracias por elegirme para ser su par en este proceso de lectura y escritura, porque he vuelto a disfrutar de sus poemas y de su cuento. Hallo en sus textos mucha sensibilidad. Creo percibir en ellos a alguien muy comprometido con otros, con la igualdad, con los derechos, con la belleza de lo diferente. Y, no cabe duda, a una amante del cine y de la literatura.

Sin embargo, querida Karen, salvo estas apreciaciones, me es difícil hacer, como lo han hecho otros compañeros, una crítica sobre aspectos técnicos del oficio de narrar, y menos aún desplegar un abanico de autores y obras para recomendarle, según me parezcan sus escritos. Me temo que carezco de las herramientas y de la autoridad para ello.

Soy una mujer que con dificultad terminó la escuela secundaria. Nunca cursé estudios superiores y desde hace mucho tiempo me dedico a leer y ajustar cientos y cientos de páginas de todas las materias, con forma de artículos, libros, cartillas y guías. Amo mi trabajo porque puedo aprender cada día de un asunto distinto. Pero esto tiene su lado oscuro. Mi escritura es seca y no tiene la gracia para expresar sentimientos.

Cuando uno dedica buena parte de su día a descabezar gazapos, ajustar comas y acomodar retazos de ideas para que queden presentables, lo más probable es que los buenos textos, esos en los que se saborea la palabra, donde cada línea tiene la delicadeza de un pétalo, donde cada verbo suena cristalino y anima el pensamiento, queden relegados a escasos momentos.

Por eso, ahora que repaso sus palabras, tejidas con cuidado, seguramente pensadas tratando de encontrar el adjetivo preciso, la mejor expresión, el enlace más claro siento que no puedo decir mayor cosa. ¿Recomendarle qué? ¿Woolf, Kapuściński, Zweig, Némirovsky, Chéjov…? Estos autores podrán gustarme a mí, lo cual no significa que puedan gustarle a usted. Creo que la lectura es algo muy personal, un continuo viaje de descubrimiento. Es abrir la puerta y sumergirse en un viaje a las estrellas, en un mercado persa o en una graciosa escena de la Rusia zarista.

Ese viaje tan personal, debe vivirse solo o, a lo sumo, en compañía de alguien muy cercano con quien podamos tomarnos de la mano y salir a recorrer bibliotecas, librerías y estanterías de amigos que nos dejen hurgar en sus tesoros. Y estar preparados para sorprendernos o decepcionarnos. Para enfurecernos y para reírnos.

Leo de todo y creo que todo me sirve. ¿Para qué? No sé, quizá para maravillarme de habitar un raro accidente planetario que no tenía muchas posibilidades de existir. Quizá, simplemente porque no he encontrado nada mejor qué hacer. Así que lo único que puedo aconsejarle, y en lo que coincido con Jorge Valbuena, es que lea de todo.

Ya otros han hablado de técnicas, de construcción de personajes, del narrador. Mis conocimientos al respecto son inexistentes. Mis historias, como habrá podido ver, Karen, son muy simples, no llegan más que a meros relatos olvidables. Para mí son ejercicios que he disfrutado, con la conciencia de que su destino más seguro será la papelera.

Puedo sugerirle, eso sí, que deje a los personajes expresarse, deje que sean ellos los que tomen la voz, que se muestren como son. Recuerde, además, que los lectores no necesitan saber cuánto sabemos, no nos necesitan en su camino; ellos quieren saber quiénes son y qué hacen nuestros personajes, cómo miran, cómo hablan, si cojean o se rascan la nariz, si se enfurecen, si odian, si se conmueven.

La única recomendación de mi parte es que disfrute de su proceso de escritura. Que tenga paciencia con las palabras, que juegue con ellas, que las quiera. Que se encariñe con el diccionario. Escriba, deje descansar el texto y vuelva sobre él, pula y vuelva a pulir. Y no olvide revisar la ortografía y la gramática, pero eso déjelo para el final, que es pura carpintería.

Un abrazo

Lilia Carvajal Ahumada